de Mari Carmen Azkona



El gen



          Tras el alarmante aumento de casos de violencia se efectuó un estudio de ADN a todos los habitantes de la galaxia y se certificó que el código genético de algunos individuos había mutado haciéndoles proclives a la autodestrucción. Los gobernantes del consejo interestelar dictaminaron que todos aquellos que dieran positivo debían ser aislados y retenidos hasta su posterior traslado al planeta Tierra, donde serían abandonados a su suerte.
          Algunas veces sienten piedad por ellos y efectúan viajes de reconocimiento con la esperanza de que su naturaleza haya cambiado. Pero los informes de los exploradores no han variado a través de los siglos: muerte, guerras, destrucción... El gen continúa activo.







La sonrisa de Medusa



          Medusa mira a su amante que yace a su lado convertido en piedra. Se levanta del lecho y saca la mejor túnica del armario. Tras vestirse, busca su reflejo en el espejo empañado por el calor y la humedad de la gruta. Traza, apartando el vaho de la superficie, dibujos despreocupados, hasta que su mano toma el control y perfila su bello rostro. A su espalda, percibe un destello metálico. Busca en el cristal el objeto que lo emite y ve a Perseo que, protegido por un escudo, camina hacia ella. No se gira, no hace nada para detener el camino de la espada… Sonríe al saberse mortal. No desea vivir sin sentir, de nuevo, el calor de una mirada enamorada.






Más allá de la ventana




          Los ojos de Nahir sonríen bajo el burka. Esa cárcel de tela que ella ha transformado en su espacio íntimo, en el guardián de sus secretos. Pegado a su cuerpo, lleva un cuaderno que ha comprado con las monedas que ha escatimado a su marido en las compras. Nahir recuerda las palabras de su madre cuando le enseñaba a escribir por las noches. «La educación te hará libre, mi niña…» y juntas comenzaron a deletrear quimeras, a silabear ilusiones, a formular esperanzas.
          Pero todo cambió con la muerte prematura de su madre. Nahir se convirtió en una carga para su otro progenitor, sobre todo, tras la toma del país por los talibán, y no tardó en buscarle marido. Se llamaba Abass. Había sido reclutado, entre los muchos huérfanos de la guerra, desarraigados y belicosos, que moraban en los campos de refugiados de Pakistán, para convertirse en un «soldado de Dios». Se educó en sus madrazas y pronto comenzó a destacar entre los guerreros de Alá. Nahir, lloró, imploró piedad a su padre para evitar el matrimonio. Pero todo fue en vano.


          Solo Nahir sabe las veces que deseó quitarse la vida, pero por cobardía, o, quizás por llevarle la contraria a la realidad que se empeñada en desautorizarla, no lo hacía. Se calzaba, cada mañana, unos zapatos especiales para no hacer ruido, para no llamar la atención, y vivía en los sueños sin necesidad de vivir.
         Sus días transcurrían en soledad, encerrada entre las paredes del hogar, del que solo salía para hacer las compras y para acudir, una vez a la semana, al hammam. Pero ni siquiera allí encontraba refugio y compañía. Cuando ella llegaba, la mayoría de las mujeres callaban, o murmuraban a su espalda, pues temían que ella, dada la posición de su marido, fuera una confidente. Tan solo Yamila se atrevía acercarse a ella.
         Yamila era una mujer risueña y valiente. Había trabajado durante años, como doctora, en el hospital de la ciudad. Por culpa de las leyes dictadas por el nuevo régimen, en las que se prohibía trabajar a las mujeres, tuvo que dejar de ejercer su profesión. Pero eso nunca le impidió poner sus conocimientos a disposición de quienes los necesitaran. Y creó, junto a otras mujeres, una red clandestina que atendía a las mujeres sin recursos, dándoles apoyo económico y sanitario. Incluso comenzaron a impartir clases para que, al menos, aprendieran a leer y a escribir. Yamila ofreció a Nahir inscribirse a los cursillos, pero Nahir lo rechazó. No porque tuviera miedo de lo que pudiera ocurrirle, sino porque temía que pudiera escapársele alguna información delante de su marido y poner en peligro a Yamila. Si no sabía nada, nada podría contar. Sin embargo, cuando Nahir supo que estaba embarazada cambió de idea. Nunca hubiera deseado traer un niño a este mundo: cada noche rezaba para que no ocurriera. Pero ni siquiera la naturaleza la dejó elegir. Pensó en abortar, porque, además, en su fuero interno, sabía que sería una niña. Pero cuando sintió los primeros movimientos dentro de ella, no pudo hacerlo.


         Hoy Nahir camina decidida, sin miedo, a tomar su primera clase. No sabe qué ocurrirá en el futuro. Pero es la primera vez que siente que hay un horizonte más allá de lo que le enseña la pequeña ventana de su burka. Nahir acaricia su vientre. «La educación te hará libre, mi niña… velaré porque sea así».




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1 comentario:

  1. De lo mítico a lo más realista pasando por la ciencia ficción. Siempre a la altura de un corazón generoso y bien escrito. Qué bien. Gracias

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