de Valeriano Franco


Cartas Marcadas


       Mediados de Diciembre, hacía frío en León. Los domingos Manolo salía a pasear con Matilde, pero hoy lo había hecho sólo, porque quería revisar unas facturas, lo que le llevaría bastante tiempo. Subió a la oficina. Sobre la mesa le habían dejado varias cartas. Repasó los sobres y observó que una de ellas tenía remite oficial, pero no abrió ninguna, las dejó para el lunes. Se metió con las facturas y cuando acabó, desde la ventada que da a la nave, contempló sus autobuses, todos alineados, cada uno en su dársena; era su obra, a ellos había entregado el sudor de su vida, solía repetir. Se acercó al panel de fotos donde fijaban los eventos más importantes ocurridos en su negocio. Sintió orgullo de lo que había conseguido. Entonces, empezó a recordar escenas de su pasado. Eran escenas, que, sorprendentemente, percibía con todo detalle:

       La más antigua venía del año siguiente de acabar la guerra civil, cuando se defendía con una “vieja rubia” que utilizaba para todo tipo de transportes. El de aquel día era especial. El frío cortaba como un cuchillo. Lo había acordado con las dos familias. Llevaría los dos ataúdes en un solo viaje, un féretro encima del otro, así el porte les saldría casi por la mitad. 
       Ya enfilaba la carretera general. Cuando los vio y soltó un juramento.
       – Tenemos que revisarte, Manolo, –dijo el agente acercándose a la ventanilla y saludando marcialmente –. Son órdenes.
       – No me jodáis ¿es que no me conocéis? Llevo dos fiambres a enterrar y tengo que estar al otro lado del Pajares antes de las ocho. Lo sabéis, soy el cuñado de Fidel.
       – Pues sólo eran ataúdes –comentó el número cuando Manolo ya se había perdido de vista, después de la curva.
       – Pero alguien tiene que estar haciéndolo –replicó el cabo–. La mercancía no va sola por los aires, ni aparece por generación espontánea en los mercados. ¡Joder con el estraperlo!
       Marcial le esperaba en el cobertizo. Bajaron el ataúd que contenía los dos cadáveres y lo dejaron en el suelo. Sin bajar el otro, trasladaron la mercancía que contenía a la furgoneta de Marcial. Del ataúd que estaba en el suelo, sacaron el cadáver de arriba y lo metieron en el ataúd de la mercancía, que había quedado vacío. Había abierto la boca, no tenía dientes, y el rigor mortis dificultaba la operación. Con el trasiego, el rosario que llevaba entre las manos se rompió y las cuentas saltaron desparramadas. Recogieron las que encontraron, las echaron dentro y lo cerraron. El otro cadáver, el de abajo, parecía vivo, tenía los ojos abiertos.
      – ¿Y esto es todo? –dijo cabreado Manolo después de contar los billetes.
      – Y será menos en adelante –dijo Marcial– los del fielato me piden más, no quieren hacer la vista gorda por tan poco. Habla con tu cuñado Fidel, es el alcalde, tiene influencia, no sólo es poner el cazo.
      La escena que le llegaba ahora era de 1948, estaba seguro de la fecha. Fue cuando se realizaron las primeras elecciones municipales franquistas. A Fidel, alcalde de San Martín de la Ribera desde el final de la guerra y jefe de Falange de la comarca le ofrecieron un puesto en la oficina de propaganda en la Gobernación Provincial y se fue a vivir a León. Él, cansado de arreglar la “rubia”, la envió al desguace y se compró un viejo autobús GMC en el que, algunos domingos, llevaba mozos a León cuando jugaba La Cultural Leonesa. El resto de la semana, brujuleaba por los mercados, hasta el día que su cuñado le consiguió del Gobernador la línea de viajeros San Martín-León para hacer el recorrido los martes y sábados, días de mercado en la Capital. 
      La escena de las Navidades de 1960 la recordaba muy bien porque era una de las fechas más importantes para el negocio, pues a partir de ahí, empezó a consolidarse: Le adjudicaron dos nuevas e importantes líneas regulares de autobuses con vigencia por períodos de tres años que la Junta de Calificación, en el concurso de nuevos solicitantes, siempre se las renovó, y siempre en votación por unanimidad. Por aquel entonces Fidel ya era Gobernador Civil de León.
      Inolvidable fue todo 1967: Fidel fue elegido Procurador por el Tercio Familiar en las elecciones a Cortes y se trasladó a Madrid. El negocio rendía entonces beneficios suficientes. Se habían cambiado a la nueva nave, más amplia y funcional y renovado parte de la flota.
      Y más grato fue lo que empezó con 1970: De decidió dejar totalmente de conducir. Se sentía ya cansado. Sin embargo acudía diariamente a la oficina desde donde vigilaba la buena marcha del negocio.
      Actualmente, los domingos, solía pasear con Matilde, su mujer, por la Avenida de Papalaguinda. Por fin, decía, empezaba a disfrutar de la vida.

       Cuando el lunes los autobuses habían salido a sus rutas y la nave estaba vacía, como todos los días, subió a la oficina, saludó al contable, entró en despacho y se sentó. Hizo dos llamadas y retomó las cartas. Había tres más que habían llegado esa mañana. Sólo las certificadas no las abría el contable. Se puso las gafas de leer y las abrió. Cuando leyó la del remite oficial lo hizo moviendo los labios como masticando las palabras: “Le recordamos que el próximo 31 de Diciembre de 1978 finaliza el contrato que Vd. tiene suscrito con esta Administración Territorial para explotar las líneas de viajeros San Martín-León, León-Ponferrada y León-La Bañeza. Así mismo le comunicamos que en concurso celebrado para la provisión del servicio durante los tres próximos años, la Junta Calificadora ha elegido por unanimidad a la empresa Autobuses Fernández S.L. lo que comunicamos a Vd. para, etc., etc., etc. ” Al terminar, Manolo, notó que había empezado a sudar.




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