de Laura Olalla



La huerfanita

(Relato Navideño. Homenaje a Herrera del Duque- Badajoz- España)



       Trémula como la noche yacía en su cama; sumida en sus pensamientos como la misma noche aguardaba; sin duda alguna con su destino luchaba: –¡Señor, dios mío, ayúdame!, me siento tan sola y desvalida...Por todos lados me acechan buitres, lobos hambrientos... y soy tan fácil presa... No lo permitas, Señor, no permitas que me pierda–.
       Enmudeció la estancia fría y destartalada del sótano de la pensión de la calle Felipe II donde Verónica, tumbada en su cama, con la imaginación puesta en un sonoro deseo de protección, atraía de nuevo la presencia de su padre fallecido cuando ella contaba ocho años de edad, retornándolo a la vida : ( –Dulces sueños, hijita–. Una mano tierna que roza la suya, unos suaves labios que besan su frente, la misma mano amiga que apaga la luz, una voz muy dulce: –Buenas noches, pequeña–. Ella responde: – Buenas noches, papá)
       Verónica contrajo matrimonio siendo aún una adolescente. Mientras contemplaba el frágil rostro de su preciosa hija, recién nacida, Laura, la madre callada evocó su infancia:
       (–¡Fuente de ocho chorros donde mi cuerpo de niña se esforzaba en llegar para beber cada día!. ¡Plaza del Duque, palmeras áureas; de tus granos dorados, rosarios tejieron mis manos!. ¡Calle de San Juan, calle de Oviedo, por tus piedras blancas corrieron descalzos mis inocentes pies!. ¡Oh, Herrera, cuántas veces deambulé por tu cuerpo lleno de pobres y ricos. ¿Te acuerdas de aquella inocente niña de ojos negros, pelo corto y tez morena?, tu asidua compañera en invierno, en verano, en otoño y primavera. En tu plaza jugaban todas las demás niñas, ninguna su compañera. Ella miraba anhelante en espera…; detrás de una columna se avergonzaba de su miseria y soñaba entonces a ser la hija de la riqueza; desde su casa envidiada luchaba por la pobreza; cuando a la calle salía enseguida preguntaba por su amiga la miseria, y juntas paseaban entre las verdes palmeras de tu misteriosa plaza:
       – mientras viva, compañera, mis riquezas serán tuyas, mi alegría y tu alegría, mi tristeza y tu tristeza; cuando muera tú serás mi salvación venidera–.
       Pero el frío no engañaba a su cuerpecito helado que se miraba y miraba: –¡qué tragedia, Dios mío, soy yo misma la miseria!–.
       Se encaminaba a su casa con ojos tristes y lágrimas, –¿por qué, Señor, yo no puedo, por qué no puedo yo ser como ellas?–.
       Al resucitar el alba en la cocina se hallaba dando chispas a la lumbre para calentar el agua que unida a la leche en polvo serviría de desayuno a todos los de la casa. Por las tardes el trabajo de nuevo la acariciaba, unas veces de alegría, otras, de tiernas lágrimas. Con su caja bajo el brazo y sus tiras encarnadas se recorría el pueblo dejando en sus calles el amor, la ternura, la rabia..., o nada. Acercó se a una mesa que en el juego alboreaba:
       –Señor, ¿no quiere usted hoy nada?
       –Vamos, niña, vete o harás que pierda esta jugada...
       –¿Usted tampoco desea nada?–.
       –Lo siento, pequeña, compre esta mañana.
       Con su viejo paraguas negro sale la niña una tarde de viento, granizo y agua a vender la lotería que lleva sustento a casa. Sus pies empapados van de tristeza, suspiro y drama; el agua turbia y fría su débil zapato alcanza. Ha anochecido ya, no sabe si ir a casa, y se arma de valor, y se viste en rosas blancas, a la mansión se dirige del más grande aristócrata:
       –¡Cómpreme usted algo, por Dios, mire que no sé si ir a casa...!
       No pudo continuar hablando en aquella hermosa calma, su garganta se secó, sus ojos se iluminaban, lágrimas de estrellas por su rostro paseaban. Quedose la niña inmóvil esperando una palabra. Aquel hombre que de nombre, Don Juan Botas le llamaban, la miró compasivo y dijo:
       –Me quedo con todo, toma, ve a tu casa–.
       Y a los ojos de la niña afloró una nueva lágrima:
       –Gracias, señor, de usted nada menos esperaba, cuando sea mayor, su nombre se hallará entre mis páginas–.
       Y corrió la niña entonces por las veredas del alma: ¡Mamá!, ¡mamá!, ¡papá!.... ¡He vendido todo!, ¡he vendido todo!.
       –¡Oh Herrera!, yo fui esa niña de ojos negros, pelo corto y tez morena. Yo fui esa niña que cobijó tu almohada; hoy me encuentro con tu lecho, hoy me siento rosa blanca, has hecho renacer en mí la alegría y la tristeza. Hoy has hecho, ¡Herrera!, “que mi padre venga desde su mundo a la tierra”. Puedes creer que he llorado al recordar tu existencia, puedes creer, oh, Herrera, que te amo–)
       Y por sus mejillas juntas caminaron dos gotas de agua que se resbalaron por el candoroso rostro de niña que aún conservaba. Y la sombra del pasado se aferró fuerte a su alma. Un leve quejido azotó la casa: el llanto de Laura su hija amada; la tomó en sus brazos, la besó en el alma y de sus entrañas brotaron surcos de miel amarga: –duerme mi pequeña, duerme mi esperanza, tú serás mi dicha, tú mi paz, mi calma-. Devolviola al lecho entre flores blancas. Sus sensibles manos que de amor y ternura llenas estaban reposaron dulces en el inocente rostro de su hija amada. De sus finos labios emanó un suspiro, el leve sonido de una palabra: –duerme mi pequeña, que aún no llegó el alba, duerme florecilla, mi mariposa dorada, duerme, oh mi niña, tú no irás descalza–.
       Algunos años después....
       –¿Cuándo es Navidad, mamá? –preguntó Nuria–.
       – Muy pronto, cariño, y si os portáis bien Papá Noel os traerá algún regalo, además este año serán las navidades más felices de mi vida.
       –¿Por qué, mamá?
       –Porque es el primer año desde hace mucho tiempo que nos reuniremos toda la familia, incluso el abuelo Julián estará con nosotros–.
       –Pero el abuelo está muerto, mamá, no podrá sentarse a la mesa–.
       –Es cierto, nenita, pero estará en nuestros corazones y gozará de ver cumplido mi sueño. Será el invitado de honor y presidirá la mesa el día de Nochebuena–.
       –¿De qué murió el abuelo, mami?
       –De un tumor cerebral, pero no me hagas más preguntas que vas a despertar a tu hermana, vamos, vamos, ahora a descansar.
       –¡Buenas noches, papá!
       –Papá ya está durmiendo, sé obediente y duérmete, ¿vale?
       –Buenas noches, mamá.
       Días más tarde, mientras Laura y Nuria decoraban el pequeño árbol de Navidad, Verónica ultimaba los detalles para la esperada cena. Eran las 22,00 horas del día 24 de diciembre del año....cuando los dieciocho miembros de la familia O. se sentaban a la mesa:
       –Mamá, indicó Verónica, tú te pondrás aquí junto a papá.
       Todos la miraron enigmáticamente, incluso Margarita, su madre, preguntó algo aturdida:
       –Niña, ¿te encuentras en tu sano juicio?
       –Desde luego, mamá, nunca me encontré mejor. Esta es mi noche, nuestra gran noche, y la de papá también. Esta cena es en su honor y aunque no pueda comparecer físicamente, hoy le siento tan cercano que este cubierto – señaló un lugar preferente en la mesa–, no será ocupado por ninguno de nosotros. Sé que os parecerá ridículo, pero os aseguro que mi locura no os perjudicará, pues jamás me sentí más cuerda.
       La mente de Verónica se vio de nuevo invadida por recuerdos de su triste infancia: ( ocho años cumpliría algunos días después de aquella ya lejana Nochebuena en Herrera del Duque cuando de regreso a su alquilada y vieja casa de la calle Cantarranas, las luces de las lámparas brillaban y asomaban sus destellos por las ventanas de los comedores de las bonitas casas de los privilegiados económicamente. El intenso olor a pollo asado llegó hasta su naricita helada, paró sus pasos y miró hacia arriba, sintiendo el bullicio y las risas de los niños afortunados y no pudo contener las lágrimas. Pobremente y amoratada por el frío vagó lentamente, como queriendo evitar llegar a su casa. Se arrimó al hogaril, ya casi extinguido el fuego, y tras una cena forzosamente frugal, demasiado austera para sus necesidades nutricias, se acostó, al igual que sus padres en el único y destartalado cuarto junto a la cocina. Su hermanita Mery de ocho meses de edad comenzó a llorar...). El griterío de los más pequeños la sacó de sus cavilaciones y volviendo a la realidad presente habló:
       –Querida familia, han sido muchos los años que he esperado la llegada de este feliz día. Papá dijo una vez en la posada de Don Fernando: – mi Verónica tiene que ser maestra–. Y yo me preguntaba cómo sería ello posible si debido a mis extensas y obligadas ocupaciones no me quedaba tiempo ni fuerzas para ir a la escuela. Pero él estaba en lo cierto, efectivamente no soy profesora de E.G.B., sin embargo he aprendido a ser profesora de la vida y creo que en este aspecto –dijo mirando a sus tres hermanas–, todas hemos tenido la misma escuela. Y no os aburro más con mis tonterías, si os parece, ya podemos comenzar...
       Entre risas, bromas y armonía, los canapés de diferentes patés; espárragos, langostinos, caviar y demás entremeses iban desapareciendo al igual que sus acompasados vinos. Cinco humeantes y sabrosos pollos asados (aun pudiendo comprar cordero) con sendas ensaladas de escarola, granada, nueces y miel ocuparon el centro de la mesa. Véronica se levantó y alzando su copa, con la mirada fija en el sillón vacío, expresó:
       –Por ti, papá, en tu honor y en honor del Señor que ha hecho posible esta reunión–.
       Todos la siguieron en tan singular gesto. Un postre casero compuesto de flan al huevo, piña, nata y la peculiar guinda adornándolo junto con los consabidos turrones y champagne, dieron fin a una velada inolvidable.
       Tomaron los abrigos y salieron en dirección a la parroquia. La familia tomó asiento entre la multitud y esperó a que la gran misa comenzara. Ante su Dios se sorprendió de sí misma:
       –¿Qué es esto que me incita de nuevo a caminar por parajes tan distintos de los que conozco ya?. Tuve el corazón hendido de tanto naufragar, fui espuma, viento, siempre soledad; inerte mi alma estuvo de sola caminar; penetraste en mi vida, indagaste mi verdad, oh Señor, ¿qué has hecho para hallar mi despertar?–
       Un énfasis de alegría la sobrecogió durante la Gran Celebración. Cuando al lado de sus esposo y sus hijas esperaba turno para salir de la iglesia ante la aglomeración de la gente, experimentó una dulce sensación embriagada por un amor sublime que sus pasos guiaba cual arcángel enviado por Dios, fuerza infinita que inundó todo su ser:
       ¡Como remanso de paz de tus surcos elevada,
       oh mi verde heredad de tu alma, enamorada!
       ¡Angosta es la vida, más arduo el caminar,
       llama enmohecida que en mí has vuelto a germinar!
       ¡Soy cigarra que quisiera en tu trigo reposar,
       alimenta mi quimera para juntos caminar
       por veredas y senderos de una misma libertad!.

       (–¡Feliz navidad, papá!–)

       –Espera, Julia, que os llevamos a casa. ¡Buenas noches a todos...!, gritó con la mano en alto despidiéndose del grueso de su familia…
       Tras el cálido beso de Verónica, ambas niñas durmieron, y en la habitación contigua los esposos permanecieron:
       –Buenas noches, querida.
       –Buenas noches, amor...
       Un halo de glorioso misterio envolvió el hogar como remanso de paz y felicidad dejando sentir el cándido suspiro de la noche invernal.








Haikus



                    Eres mi vino,
                    invierno de luciérnagas
                    manifestándote.


                    Arroyo claro.
                    Ostentación banal.
                    Mi desconcierto.

                    Paralelismo.
                    Ausencia desbocada.
                    Te voy queriendo.


                    Es un misterio
                    el repoblar la fragua
                    del labio ardiente.


                    Me recompone
                    la tromba de un buen vino
                    en la tinaja.


                    Es un misterio
                    el repoblar la fragua
                    del labio ardiente.


                    Escalofrío
                   de tu voz hechicera…
                    Me sobrepasa.


                    Mientras espero,
                    la corriente del río
                    se lleva el día.


                    Vuelo de pluma,
                    corazón en el aire
                    de una promesa.





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